Allá más lejos del infinito, donde la línea del horizonte une el cielo con el mar, existe un abismo, una cascada por donde descienden todas aquellos pensamientos obtusos que hemos ido arrojando a través de la oración.
Desde la intersección puedes observar como se diluyen a medida que descienden. Puedes mirar abajo e irte con ellos, seguirás en el pasado. Puedes mirar hacia atrás y regresar al futuro.
Es extenso, largo, incierto. Pero vale la pena alejarse del vértice y comenzar a explorar, a hacer el ese viaje previsto.
A ese abismo mandé hoy mismo el surco de mi cara. Yo no lo tenía, lo fue generando el paso del tiempo incierto, las expectativas, las pruebas manifiestas. Y vino para quedarse omitiendo la sonrisa.
Pero como si de un desconche en una vieja fachada se tratara, lo repasaré, sanearé y volveré a reparar. Porque solo así lo viejo conjuga con lo nuevo. La nueva capa que colocaré revestirá la anterior, y si lo hago con amor, quedará oculta para siempre. Pero en pie, como el patrimonio tangible que aún visito pese al paso de los tiempos.
Y el patrimonio es sabio, y lo nuevo vio de lo viejo. Y lo superficial oculta el pasado. Y en el abismo está la consciencia y yo decidí quedarme con la inconsciencia.
Y patiné el viejo enfoscado por uno nuevo y de mejor color. Reparé las fisuras y grietas con la mejor mezcla que hice con mis manos. Acaricié mis pelos bajo el último suspiro y entre los dedos pasaron los pelos blancos de la vejez, y así, me di cuenta de no volver la vista atrás.
Porque si me quedaba en la línea no avanzaba. Observé como mis labios hicieron por cuartearse, por agrietarse, enfermarse, en definitiva; negaban los besos que están por venir.
Castaño del pelo, mezclado con finos hilos blancos. Surcos disimulados detrás de la barba de días. Fisuras en los labios acariciados por el deseo. Es esto lo que estoy provocando, me dije mentalmente.
Izar la bandera al viento, pintada con mis colores. Dejar que la acaricie la brisa del invierno no es más que exponerme a una metamorfosis aséptica.
Y con el flujo del agua, se van yendo todas aquellas cosas que aceleraban el proceso de envejecimiento. Yo arriba, desde la distancia, veo como van desapareciendo una a una, sin ira, sin rencor, sin pensamientos oscuros. Se marchan, se van, se disipan, quedan aplastadas por el agua que les cae encima y las sumerge para siempre.
Cuando quiera recordar que fue todo aquel surco en mi cara, cuanto generó el camino, no tendré mas que acercarme al abismo, a la línea divisoria, donde se separa lo viejo de lo nuevo, el pasado del futuro, y mirar hacia abajo, para desde la distancia observar cuanta cosa vertí y que ya no podía arrastrar conmigo.
Con la sonrisa dilato mi faz, con el amor relleno el surco, y con la armonía nutro una expresión nueva.
La bandera ondea expuesta, el surco quedó reparado, la línea la veo a lo lejos, a la cascada ni me acerco, los finos hilos blancos conviven con los de color y el halo de luz que genero va iluminando el camino.
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