ESCALA LAAYOUNE

Laayoune, así en francés es como nos recibe el destartalado, polvoriento y militarizado aeropuerto saharahui de El Aiún, ahora tristemente de actualidad. O quizás esta tristeza comprometa a la comunidad internacional y en especial a la Naciones Unidas, en resolver un conflicto cuya espiral de violencia de estos días era más que esperada. En un conflicto que dura más de 30 años sin resolverse por la poca voluntad política, los intereses y la supremacía de un Marruecos apoyado por los Estados Unidos, fortísimo socio comercial.
En mi periplo por Marruecos, cuando trabajaba en la oficina canaria de Proexca en Agadir, tuve la ocasión de hacer muchísimas escalas en El Aiún, bastaba un solo saharahui que volara a su tierra para que la siniestra avioneta de Top Fly, se posara en la antigua capital del Sahara español. Los interrogatorios por parte de la policía marroquí comenzaban dentro del avión, para seguidamente conducirnos a una sala del aeropuerto, con servicio de tes y algún que otro cruasán. Como si de auténticos reos se tratara, esperábamos pacientes en un ambiente silencioso, de angustia y temor. Yo trataba siempre de hablar con los funcionarios militares, intentaba una mínima confianza, que nos podría dar seguridad. Mis intentos eran siempre banales, no nos dejaban asomar la nariz a ningún otro sitio que no fuera aquella sala lúgubre. Mi curiosidad iba más allá y yo insistía, hasta que un militar me dijo en voz alta y en árabe algo que yo no entendía, pero que al mismo tiempo enseguida entendí.
Así que era mejor esperar esas horas calladito tomando té y algún que otro cruasán de nuevo. El rostro aceitunado de un pasajero saharahui en uno de esos vuelos, con el cual hizimos amistad nos permitió a unas amigas de Las Palmas y a mí quedarnos dos días en El Aiún, Brahim era vendedor de todo y de nada, nos ofreció un té en su casa sin permitir ver a su mujer, también nos ofreció cuscús que comíamos con las manos. En una visita fugaz por la ciudad alquilamos un coche particular con chofer en una gran plaza dónde sólo habían taxis. Nuestro recorrido por la ciudad se convirtió en una persecución por dos taxistas, pues les molestó que contratáramos un servicio particular, era un auténtico rally por las calles de El Aiún. No entendíamos nada, una de mis amigas lloraba, yo intentaba tranquilizarlas sin conseguirlo, pues también se notaba mi nerviosismo. Al final nos dejaron votados en una carretera, con un sólo puesto de carnes colgadas al aire libre. Esa historia me hace recordar estos días a los saharauis, votados por el mundo, abandonados, acorralados por unos desalmados, simples y puras bagatelas. Al final quién tiene prisa muere, canta la luna por el desierto según un proverbio árabe. Están muriendo sin dejar cantar a nadie.

Jorge Calamita, Periodista